"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

lunes, 23 de septiembre de 2013

Otoño/Verano/Otoño

Pasaron seis meses y cuatro años y medio desde que mi vida empezó a cambiar bastante radicalmente, no sin mi intención remota.

Después de la muerte de mi madre, que fue un golpe mucho más grande del que ilusamente preví cada vez que me lo imaginé, después de que mi vida laboral viró gracias al país en el que no se puede invertir y se espanta a los negocios serios y después de haber tropezado con la misma piedra de aceptar un trabajo aún cuando me avisan que el candidato a ser mi jefe es un sociópata intratable, convencida de que mis fuerzas o tolerancia son mayores de que lo que es saludable para cualquier cristiano, pues hice lo que no suelo hacer, que es patear la moto. O el tablero. O lo que haya sido.

A, con su voz que tañe como campanitas de Navidad, me llamó inopinadamente un día  y me dijo  que se estaban yendo a un viaje al Mediterráneo. Que si no quería ir. Que si no me gustaría navegar desde Barcelona a Mónaco vía el Golfo de Lyon, previa escala en el puerto de Roses, Cadaqués, Poquerolles, y otros con nombres igualmente encantadores y evocativos. Que me necesitaban para que hablara por radio con los puertos en francés, además de requerir el placer de mi bella compañía.  Lo pensé bastante, en vano, hasta que dos voces de dos mujeres a quienes respeto inmensamente, me abrieron los ojos. Entonces me lancé, no sin bastantes recaudos, a la aventura. Proyecté un escenario bastante conservador, porque en mi estado anímico y de energía no me sentía inclinada a grandes hazañas. Cinco semanas se transformaron en cinco meses y no sé si vuelvo o si retorno ni cuándo. Sin embargo, habiendo cambiado un poco los parámetros por los que me guío a la hora de tomar decisiones, todo ha ido fluyendo de maravillas. Sobre todo a mi favor, cosa que no me suele suceder porque soy mi peor enemiga cuando se trata de pensar qué es lo mejor para mi.

Es así como hace casi cinco meses que dejé mi casa, mi auto, mis amigos, mi familia, mi calle, mi barrio, mis costumbres, mis plátanos, mis plantas tropicales, mis cubiertos de plata, mis carteras glamurosas y otro sinfín de cosas sin importancia y ando haciendo las cosas que me gustan con la persona que quiero en un continente civilizado y lleno de gente respetuosa y sonriente. Frío, también.

Desde entonces he paseado y recorrido en profundidad y en una extensión obsesiva Barcelona, Puerto de Roses, Cadaqués, Port Lligat, Montecarlo, Beaulieu Sur Mer, Niza, Madrid,  Vigo, Santiago, Edinburgo, St. Andrews, North Berwick, Musselburgh, Stirling, y otra cantidad de localidades que mi mente no puede del todo enlistar.

Debí hacer esto hace muchos años, cuando, en vez de hacer loquee quería, sentía que tenía que hacer algo llamado vocación o esas estupideces que te intoxican cuando te educan y no viajás tanto y no tenés suficiente perspectiva, cerebro o amor propio.

Nunca es tarde. Y hacia donde iré ahora  no lo sé, por que planificar o proyectar me dan una ansiedad insoportable. Además he descubierto que vivo muchísimo mejor, más feliz y con mejor cutis, procurando solamente el afán de cada bendito día.