"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

sábado, 29 de marzo de 2014

Sueños son

Anoche soñé que Picasso me besaba. Bueno, me besaba para empezar. Venía caminando hacia mi con su remera rayada azul y blanca, los pantalones arremangados, en patas, con los brazos extendidos. Y como no seguí escribiendo, me olvidé del resto. 

Moviendo el carro

“Qué tarada que es la mina del ramo”, pensó. “No sabe cuáles son las peonías. Qué clase de mina que hace los ramos no sabe cuáles son las peonías. O sea, si se vende como que es la mina que hace los ramos top, no es posible que no sepa cuáles son las peonías. Es que no tiene ni idea. Qué boluda. ¡Además con lo que cobra! Y me quiere poner rosas. Las rosas son lo menos. No entiendo. Y ahora qué hago. Ya sé, le voy a encargar a Bea, que es gente como uno y entiende la diferencia. Y seguro tiene”.

Elenita siguió caminando mientras buceaba su bolso en busca de su teléfono. Odiaba tener que multitaskear. Caminar y buscar el teléfono no la dejaba pensar. Además se mareaba. Y se ponía histérica. “¡Qué mala leche!”, pensaba. Cuando se ponía nerviosa, la relajaba putear. Y además le salía el acento madrileño.“¡Que me cago en la leche!”, repetía, inspirada. “¡Que me cago en los muertos! Que dónde he metido el portable”. “Ni modo”. Cortó por lo sano: se hincó en el medio de la vereda de la sombra de Parera y dio vuelta la cartera. Total el teléfono tenía forro de silicona. “¡Uy! Tengo que comprar forros. Debería ir al Disco. Espero no encontrarme con nadie!”, repasó mentalmente. Justo cuando había terminado de dar vuelta la cartera oyó el ‘ringtone’ personalizado que repetía, como un mantra o una letanía: “I can never belong to you”. The Kings of Convenience siempre la ayudaban a volver a encarrilarse. Porque era de las que se descarrilan con facilidad. Y él ya tenía dueña. “Puto”, pensó por enésima vez.

Su superyó era tan grande y tan real como Superman. O últimamente lo había ilustrado como Metroman, el de Megamind. Era fuerte, lustroso y poderoso, pero en el fondo era un flacucho débil y azul que no sabía qué hacer de su vida. Lo mismo le pasaba con su novio.  Era alto, fornido, lustroso, lustroso su pelo, lustrosos sus músculos, sus ojos y sus labios. Pero luego después estaba este otro. El flaco con ojos soñadores y celestes, de los miembros y dedos largos, que tanto le gustaban. El de la boca algo dura sobre todo al pronunciar la “y” el que la llamaba justo en los  momentos de debilidad, como si los oliera, el que justo estaba cerca cuando se estaba por caer de bruces, el que llegaba a tiempo para darle un pañuelo antes del estornudo, ése era el que la llamaba hoy y ahora, el día en que se casaba para siempre con su novio de toda la vida. Su educación, su tribu, la imagen de su madre ahora muerta, lo que ella pensaba que pensaban sus amigas, todo absolutamente todo le lanzaba una admonición imaginaria a la cual ella respondía con ese grito mudo dentro de su cabeza que la dejaba sorda de la fuerza que hacía por salir: “la carne es débil”, se decía una y otra vez, esperando que ese lugar común hiciera las veces de una validación  que, aunque falsa a todas luces, le acallara la culpa de lo que había venido haciendo en el último año en que se había comprometido.

No alcanzó a atender el teléfono, pero mientras deliberaba interiormente, la despertó la misma canción y respondió automática y atolondradamente: “En Parera y Guido”. Caminó impulsada por la energía mitad culpa mitad excitación hasta Guido y Callao donde vio la camioneta mal estacionada con las balizas prendidas. Se subió de un salto de alegría y el “Hueso” no perdió tiempo, puso primera y devoró la distancia entre la parada en contravención y el departamento de Elenita.
Ella estaba terminando de vaciarlo para mudarse al de Marcos, que, claro, era más grande. Pero el de ella tenía un encanto especial.  Era prolijo y a la moda. A lo largo de los años había desarrollado un estilo de decoración que era el espejo de su personalidad: alegre, canchero, moderno, y emanaba una buena vibra que sus amigos amaban y siempre admiraban.



Ahora estaba casi vacío y totalmente desangelado, pero a ella esto la ayudaba para hacer de cuenta de que, lo que estaba por hacer, iba a ser, idealmente, por última vez.