"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

martes, 7 de agosto de 2007

Extracto de un artículo de un diario de Necochea ha un tiempo atrás



Tierra con historia

La Estancia San Martín, está ubicada a 50 kilómetros de Necochea, fue y es la cuna de una antigua familia patricia, a quienes, en la época colonial se les entregó 2.500.000 hectáreas.

La tierra tiene su historia, y vaya si la tiene. Cada terrón dice algo a quien desee escuchar. Los cuentos son de lo más variados y hay para todos los gustos, el único problema es que no pueden contarse de una sola vez. Lo mejor es empezar, cuando se puede, desde donde hay que empezar: por el principio.

Esta historia da sus primeros pasos hace casi, casi, dos siglos. La estancia San Martín, ubicada en el kilómetro 50 de la ruta 88 siempre se llamó así y su casona, construída en 1882, todavía mira de frente al sol, recordando las caras de las generaciones que caminaron por su galería. Incluso, a través de San Martín se puede conocer la historia del país.

"Estábamos acá antes de la fundación de Necochea, cuando, dicen, en 1819 las tierras de esta familia sumaban 300.000 hectáreas", cuenta, citando el libro "Los estancieros", de María Saenz Quesada, un descendiente de aquellos

No obstante, hay quienes manejan otras cifras. El historiador Osvaldo Bayer cuenta que uno de los resultados de la Campaña al Desierto, realizada por Julio Argentino Roca, fue la entrega de "2.500.000 hectáreas a esta familia", destacando que fueron "42.000.000 de hectáreas (las que se entregaron a) 1843 terratenientes".

El historiador también cuenta que esta familia era, en aquellos tiempos, el presidente de la Sociedad Rural, que financió la Campaña al Desierto, empresa que "dejó un saldo de miles de muertos y más de 14.000 prisioneros", como detalla Felipe Pigna.

En pago por su contribución, "la Sociedad Rural Argentina, entidad por acciones creada para explotar la enfiteusis y hacerse de las mejores tierras" recibió "125 leguas repartidas en Lobería, Volcán, Tapalqué, 25 de Mayo y Saladillo que el gobierno les concedió de inmediato. Además, compra los derechos de otros enfiteutas hasta llegar a ser un pulpo agrario cuyos tentáculos se extendían a varios partidos de la Provincia", destaca el historiador José María Rosa.






La Ley de Enfiteusis

"El origen de la enfiteusis (que era el goce perpetuo o a largo plazo de las tierras mediante el pago de un arrendamiento) se remonta a julio de 1821, cuando el gobierno de la Provincia de Buenos Aires designó una Comisión de Hacienda para establecer el monto de la deuda interna contraída ante acreedores nacionales y extranjeros durante los años de la guerra de la independencia", destaca Rosa en su libro "Rivadavia y el imperialismo financiero".

También recalca que la deuda era de 1.600.000 pesos y que el gobierno creó la Caja de Amortización de Fondos Públicos para canjear los créditos por certificados de "fondos públicos" garantizados con hipoteca "sobre toda la propiedad mueble e inmueble de la provincia". Una mitad de los "fondos públicos" estaba en manos inglesas, la otra mitad la tenían los comerciantes criollos vinculados al exterior y los funcionarios del gobierno".

El historiador destaca, además, que "por decreto (en 1822), la Provincia se prohibió a sí misma "dar títulos de propiedad, ni rematar, ni admitir denuncia de terreno alguno". Si no se podía vender el suelo, se debía buscar otra manera de hacerlo producir y se pensó en arrendarlo. Un decreto del 1º de julio ordenó "poner (las tierras públicas) en enfiteusis", lo que facultó a extender escrituras de arrendamiento".

"La tierra ganada a los indios en Buenos Aires fue la causa de muchas concesiones de enfiteusis a partir de 1825 en los partidos de Dolores, Monsalvo (Sur de Dolores), Lobería, Volcán (sobre la sierra de este nombre) y Fuerte Independencia (Tandil)". Seguramente, San Martín fue parte de esta concesión.

La ley de enfiteusis fue dictada por el Congreso Nacional el 18 de mayo (de 1826) y estableció en 20 años la duración de las concesiones, pero "más tarde, se reglamentó para hacer con ella una política de colonización estableciendo un máximo de 12 leguas por concesión. En septiembre de 1829 se dictó una ley dando en propiedad, a quienes cumplieron requisitos de colonización y defensa, pequeños lotes de "una suerte de estancia" (media legua por legua y media) en la frontera de los indios".

Ese fue el inicio -o por lo menos así lo parece- de la historia de la estancia San Martín.



Aquellos tiempos

Acerca de aquella época, el entrevistado cuenta que "estos campos no tenían ningún valor, eran cotizados según la cantidad de caballos y vacas que tenían, no por la tierra en sí misma" y recalca que "es necesario traspolarse a 1800 para comprender cómo se hacían las cosas en ese momento".

Agrega que "este campo era una de las estancias de ese monstruo que fue la Sociedad Rural Argentina, una sociedad comercial, que llegó a tener 172.000 hectáreas en esta zona en 1848, siendo fundada por los mismos dueños de San Martín".

Tratando de remontarse en el tiempo, el entrevistado cuenta que "quizás, ese primer propietario tendría una autorización sobre esta zona" y menciona que el propietario del tiempo de la colonia "era una persona importante y visionaria, porque no se fue para otras zonas del país, sino que eligió el Sudeste bonaerense".

"La familia X llegaron de España y eran comerciantes", dice el entrevistado y recuerda que la historia familiar es mucho más curiosa, ya que "parece que el primer miembro de la familia propietario de esta estancia, era de origen humilde, vino a hacer la América y al tiempo comenzó a hacer fortuna. Pero... no tuvo descendencia, por lo que le pidió a su hermana que le enviara al más pequeño de sus hijos, quien, a los pocos años de vida, se cambió el apellido de su madre por el de su tío y fue nombrado heredero universal".


Línea materna

La casona de San Martín, fue construída en forma de U, con 16 habitaciones y 5 baños externos. El trabajo fue realizado en 1882 por orden del bisabuelo de los últimos habitantes

Luego, la propiedad pasó a manos de la abuela del actual propietario, quien heredó 17.000 hectáreas, y de ahí a su madre y tíos.

"Mi abuela tenía 2 hijas y 6 varones, era una mujer riquísima", cuenta, y detalla que "en vida, dividió San Martín en 9 fracciones, una para ella y una para cada uno de sus hijos". La de ella era una extensión de 5000 hectáreas, mientras que los hijos recibieron 1500 hectáreas. Así surgieron los campos San Eustaquio, San Benjamín, La Vigilancia, La Noria, La Malacara, El Manantial, La Irene y La Nutria Mansa.

"Mi abuela se quedó con el casco y 300 hectáreas alrededor y con 5.000 hectáreas de San Narciso, un campo ubicado a 20 km. de San Martín, que era uno de los vértices de la estancia", menciona el entrevistado, con voz fuerte y amigable, mezclada con alguna que otra risotada contagiosa.

Sin embargo, la abuela del entrevistado, la dueña de una importante cantidad de tierras, de las que San Martín sólo era una parte. Con la crisis del 30, ella "debió elegir entre perder San Martín o perder Santa Irene, otra fracción de entre 13.000 y 14.000 hectáreas, ubicadas en lo que ahora es Miramar. La tranquera de ingreso estaba ubicada en la vía de Miramar, en donde también se encuentra la Escuela Agrícola, que fue donada por la familia, al igual que la Escuela ubicada en el Paraje Las Toscas y se llama Juan María Gutiérrez".

Al fallecer Doña MCMHG, sus ocho hijos volvieron a heredar, esta vez, las 5000 hectáreas de San Narciso. Y a su muerte, con la estancia tradicional.


La estancia que, era "muy especial para la familia, veníamos todos los veranos" cuenta el entrevistado y, buscando en su memoria y en sus sentimientos, recalca que "yo tenía 7 tíos y los primos éramos más de 35. Veníamos siempre, por lo que, de diciembre a marzo, había más de 100 personas viviendo en este lugar".




El presente

La casona de San Martín conserva las líneas originales de aquellos tiempos, que se resumen en el aljibe ubicado en el centro de la U. Las paredes, asentadas en barro de 60 centímetros de ancho, cubren 1500 metros cuadrados. Por su galería se accede a las 16 habitaciones y 11 baños, que son mini departamentos, con espacios más que amplios para los adultos y los niños. A esto se le suma un pequeño escritorio, living, un amplio y luminoso comedor, cocina, lavadero y despensa.

Además, cuenta con pileta y un parque de 3 hectáreas que la rodea, que antes era de 10 hectáreas, con quinta y monte de frutales. Alrededor de la casona se encuentra una réplica de la Virgen de Lourdes y hay otras edificaciones: el quincho, dos casas de estilo antiguo con sus respectivas piletas, la usina, la cochera, la carnicería, una casita destinada a los "petiseros" contratados en temporada de polo, un lugar donde guardar "las pilchas de polo", un antiguo malacate para sacar agua, que era tirado primero por bueyes y después por caballos, cancha de paleta, y el galpón de esquila. Algunas de estas edificaciones fueron antes "la cocina de afuera" y "la crotera", adonde llegaban los refugiados de la guerra que vagaban por la Pampa, tratando de curar sus penas.

Las dos casas, también de estilo antiguo, fueron entregadas por la abuela MCMHG a sus dos hijas, para evitar que se alejaran de ella. "En una de esas casas pasé mucho tiempo de mi infancia", relata.

A pocos metros de la casa pasa el arroyo La Nutria Mansa, que se cruza por un puente de madera. Al lado, sobre una de las orillas todavía se observan las pequeñas edificaciones que formaban la pileta natural con represa incluída, que era el placer de los veraneantes. Detrás de la casa se encuentran los corrales y el sector destinado a los caballos.

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