"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

miércoles, 22 de junio de 2011

Papote

Después de una infancia muy feliz, llena de música y alegría, un verano en 1975, de esos veranos que casi aburrían y ya eran más otoño que estío todo se derrumbó de manera tal que nuestras vidas no volverían a ser las mismas.

Apurábamos todos las últimas veladas, las últimas idas a la playa, los ultimos chapuzones en el tanque australiano, las últimas 'escondidas'. Aparecía cierta inquietud por las tardes, que nos recordaban que nuestros veraneos llegaban a su fin. Aún cuando muchas veces hasta nos aburríamos de jugar a los aviones, montados en las ramas bajas de los abetos, y de hacer guerras de bellotas y de bosta seca (y a veces no tanto), siempre era no sin cierta amargura que dejábamos esa vieja estancia que había albergado tantas generaciones. Los amigos de la familia eran bienvenidos y partían felicitándonos por la concordia entre tantas personas de diferentes generaciones.

Esa tarde, como muchas otras, ya empezaba a refrescar un poco, y nos sentábamos en los capot de los autos, que conservaban el calorcito del motor por un rato. Los caballos corrían casi desaforadamente de un extremo a otro. Los jinetes también sacaban espuma por la boca en ocasiones. La adrenalina corría libremente. Y la diferencia de las generaciones no siempre se respetaba, fruto de la intoxicación hormonal y a veces alcohólica.

Estaba mirando el partido más o menos anodinamente, como si fuera uno más de los tantos que ví en mis 14 apenas años de existencia, acostumbrada a ver a mi padre sudar tanto como sus yeguas. La Barbarella y la Flecha eran sus preferidas. Y de repente un desaforado pechazo por la derecha hizo volar a mi padre por el aire, y cayó sentado. La nuca pegó un chicotazo contra el piso y ahí quedó inerte.

Ví a mi madre, que hasta entonces estaba sentada al lado mío con su pelo batido y su cigarrillo Peter Stuyvesant, salir corriendo como un rayo, mientras perdía los zapatos por el camino. Podría asegurarse que vio su vida desvanecerse frente a sus ojos. El destino le daría la razón.

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