"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

martes, 2 de octubre de 2007

Baja Temporada

Hace semanas ya que mi trabajo está prácticamente inversamente proporcional al flujo de las estaciones. Es decir, hibernando. Aunque el árbol de Alcorta y el Mariscal emanó unos pequeños capullos rosa encarnado.

Estoy aburrida y cuando estoy aburrida no estoy contenta. No tolero el aburrimiento. Mi imaginación está un poco planchada.

Ah! me acordé un recuerdo divertido.

De pequeños, vivíamos en una casa grande. En aquel entonces no sabíamos cómo decirle al barrio ya que era allende la avenida demarcatoria del barrio donde todo el mundo vivía. Pues nosotros éramos bastante afortunados porque vivíamos en una casa de tres pisos, en la merísima metrópolis. A nuestros amigos les fascinaba venir a jugar a casa porque había innumerables misterios y reglas que romper.

En esa época, yo estaría en primer grado. Recién habíamos vuelto de la temporada en la selva misionera. Tras que éramos medio salvajes, la selva nos potenciaba. Entonces nuestros amigos se divertían porque nuestra casa que era tan grande y había una supervisión entre relativa e inexistente, prácticamente podíamos hacer de todo. (Y acoto, también podían hacer de todo con nosotros).

Pues en los primeros días de colegio, primer grado (debería escanear una foto que rescaté de entonces, la cual es extremadamente tierna). Yo tenía una amiga con quien nos sentábamos juntas, lo cual nos convertía automáticamente en 'mejores amigas'.

Un día yo bajaba por las escaleras del colegio como una tromba (ya de chiquita aunque de tamaño entre mini y micro) y me salteé los últimos escalones, cayendo de panza en el piso. La física se aseguró de que mi lindo uniforme invirtiera su posición natural, y en vez de taparme la cola como habría deseado por sobre todo, terminó cubriéndome la cabeza. He aquí que quedó al descubierto una humillación infinita que me llevó mucho tiempo superar: tenía puesta la asquerosa bombacha de nylon color amarillo cotorra. Creo que esa fue la primera vez que sentí que odiaba a mi madre. Y me convencí con toda convicción que la única razón por la que mi madre había permitido semejante atrocidad, es porque no me quería y concluí con certeza que yo debía ser adoptada. Por lo visto ya de chiquita sentía un raro extrañamiento.

Creo que por suerte no fabrican más ese material. Creo que era como no se dralon.

3 comentarios:

Tommy Barban dijo...

Lo que más me gusta de tus relatos es lo que se esconde en sus ranuras ("también podían hacer de todo con nosotros")

Cosima dijo...

Y siempre esas cosas son un poco 'creepy'.

Anónimo dijo...

aia cosima que onda con lo el daño colateral?