He aquí otro de los mejores recuerdos de la infancia - los cuales estoy intentando registrar de manera más o menos cronológica.
En el segundo piso de la antigua casa donde transcurrió nuestra infancia sucedían cosas maravillosas.
Muchas veces los cuatro hermanos - todos separados por algo más de un año- bajábamos del último piso donde vivíamos, luego de haber desayunado, habernos puesto el uniforme, habernos peinado (en mi caso habiéndome arrancado los nudos como nidos de un pelo extremadamente lacio) y lavado los dientes, sólo para abrir la puerta de vidrio con marcos de madera y visillos sujetados con chapitas de bronce, que separaba la escalera principal del living, para oír la suave música de los boleros y a nuestro padre y madre abrazados, todavía bailando lento a las siete y media de la mañana. Recuerdo haberme quedado paralizada y atónita hasta que entendí que habían estado toda la noche bailando y que por lo visto lo disfrutaban mucho ya que no tenían ninguna intención de dejar de hacerlo, ni aún para interrumpir brevemente para despedirnos antes de que partiéramos al colegio.
Estuvo buena esa lección súbita, inequívoca, gráfica y maravillosa, de que Edipo ya no tenía chance allí.
"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)
martes, 9 de octubre de 2007
Acalámbrame, Baby II
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2 comentarios:
uh, qué desilusión, tenía otra!!!!
qué traidor....!jaja
Qué maravilla eso de encontrar a los padres de uno bailando a las siete de la mañana. Envidio un recuerdo tan bello. qué maravilla!! Si algún día tengo un hijo se lo hago, aunque odie al padre. Quisiera que me recuerden así.
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