"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

miércoles, 29 de octubre de 2008

Sin Whisky (que no tomo) (aún), ni faso.

El Solitario de Perelandra, comentador inopinado y reciente, bien supo provocar mi pluma (o mi teclado, lo que es lo mismo) pidiéndome que hable de mi abuela.

Mi abuela paterna fue fascinante y entrañable en partes iguales. Era una mujer de estatura justa. Justa para escaparle a aquello de petisa. No era muy alta, no. No sé si era especialmente bella, aunque decididamente era más bella que fea. Tenía unos ojos amarillos y unas piernas macetonas. Era más bien culona y tenía una nariz y labios finitos, todo lo cual heredé. Era una especie de maga que transformaba todo lo que había a su paso. En la famosa estancia que ocupa el lugar de mi parnaso ideal, había frutales, árboles añosos y nobles, una huerta alguna vez, un matorral de boisamberris como les decíamos de chicos. Alguna vez hubo ruibarbo. Ella todos los fines de verano recolectaba en una canasta de mimbre los higos, ciruelas, manzanas, caquis que tanto le gustaban y hacía mermeladas y conservas. Durante horas hervía frutas y azúcares en grandes ollas de puchero en un pequeño office que quedaba en un paso de atrás adelante de la insigne casa con forma de 'U'. Además en el jardín que quedaba en el centro de la 'U' hay un aljibe de mármol blanco, y hierro forjado, con un balde lleno de tacos de reina con cuyas hojas a veces hacía un mojito de mayonesa para ponerle a las tostadas que luego se tomaban 'los grandes' con los copetines. A mi abuela le encantaba el Gancia. Era una mujer que disfrutaba mucho de las cosas aunque era también bastante medida, sobria. Cuando llegaba la temporada señalada se la veía temprano o a la hora del ocaso dando vueltas alrededor de sus rosas. Las podaba, injertaba, fumigaba (con su delantal, sus guantes de cuero, su sombrerito y su calzado ad-hoc). Era algo que se tomaba con mucha seriedad. Y pronto después su vergel compensaba sus cuidados con unas rosas tan lindas como nunca más vi en mi vida. Decían de ella que tenía hormigas en el culo. Y la verdad es que raramente estaba ociosa, a menos que el ocio implicara sentarse con sus queridos a oírlos, hablarles… Derrochaba amor y cariños, aunque también hacía sus brutales diferencias. Creo que conmigo por ser la hija mayor de su hijo mayor tenía una debilidad mal disimulada. Yo francamente la adoraba. Pero sus 30 y pico de nietos la adoraban por igual. Otro recuerdo imborrable de mi abuela era verla andar en bicicleta a la edad que muchas mujeres están muertas, y cuando me pasaba a buscar en su Fitito celeste que, para mí, entonces, era el colmo del glamour.

Antes de que mi abuela viviera en esta famosa casa, su madre, la antigua bisabuela regia, y sus muchos hijos habían vivido y veraneado allí durante muy largo tiempo. Recuerdo que en el cuarto del medio estaba Tío L y su mujer I. Me encantaba verlo al tío L sentado en las sillas de playa que ahora les dicen de director, a la sombra de una Santa Rita ofensivamente fucsia. En el cuarto de la punta, moraba el tío H, con sus camisolas, patines de cuatro ruedas, y amigos actores que para nosotros entonces algo eran extravagantes aunque definitivamente excitantes. Quizá de los hermanos de mi abuela sobresalía la tía MariaK, creo que su única hermana mujer, con quien se complementaban súper bien. Era esta tía muy alegre, le encantaba divertirse, disfrazarse, organizar fiestas, poner mesas con todos los objetos bellos posibles, y siempre alentándonos a disfrutar de las cosas 'mientras haya'. Muchos veranos me mandaban a su casa en un campo vecino, con el pretexto de que estudiara historia con mi prima su nieta de mi edad, yo vaga y ella medio tronca. Mi abuela tenía en común con sus hermanos una cierta facilidad y felicidad de vivir, en un sentido que hoy para mí es casi extraño. Cuesta encontrar gente que viva tan bien, tan en armonía con todo, en una vida tan luminosa, llena de color, perfumes, sensaciones agradables. Mi abuela solía decir -como en un oscuro e insensato presagio- que tenía miedo de ser tan feliz.

Los veranos eran virtualmente eternos (mi padre nos pasaba a buscar por el colegio el último día de clases, con los uniformes puestos, y nos cambiábamos en el auto camino al campo) donde pasábamos de un campo al de al lado visitando parientes y más parientes. Volvíamos a la civilización, al colegio y a la ciudad prácticamente salvajes, pero habiendo vivido una vida soñada. Fui muy afortunada de haber tenido una infancia así.

Otro lujo privado que teníamos ella y yo eran los domingos en que me iba a dormir a su casa en Buenos Aires, no sé bien el motivo más allá de que a ella le gustaría mi compañía, pero en teoría era porque me quedaba cerca del colegio. Disfrutaba despertarme e ir a desayunar el café instantáneo que en principio, odiaba. Hasta eso provocaba ella.

Hasta aquí todos recuerdos gozosos.

Como la vida es tan rara, unos lustros más tarde todo cambió. Los detalles no los quiero recordar. Mi abuela pareció decir adiós mentalmente, y desconectarse ipso facto, y murió hace poco, después de muchos, muchos años de convalecer de parkinson, demencia senil y otras porquerías.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Cósima, imprimí tu post y lo leí atentamente, varias veces.

Creo que esta formidable pincelada vale todo un blog.

La evocaste magistralmente a MI, le diste vida.

Por un instante estaba allí de nuevo, en el viejo parque de la casa en U, cultivando y cuidando sus rosas con toda su apacible felicidad a cuetas(me pregunto qué se habrá hecho de los rosales).

En fin, quedó honrada en tu pluma.

De haberla conocido, hubiese largado lágrimas. Y casi che.

Lamento no haberla conocido y conversado con ella.

Tengo una foto de mis hijos junto al aljibe, testigo silencioso de tantas cosas (creo que hoy -¿todo un sígno?- no tiene más taco de reina). En algún momento se fue a un cajón de casa. Volveré a colocarla sobre la chimenea para evocar.

Pero...no le tengas miedo a los tiempos oscuros y extraños. Cuando tengas fuerzas animate que soy un tipo absolutamente discreto y conozco pocas cosas.

O como quieras

Muchas gracias

El Solitario

Cosima dijo...

Muchas gracias por visitar, leer y comentar. La verdad no es ningún secreto, pero el anonimato da valor a los desanimados como yo.

Los tacos de reina, las rosas y la bouganvilea no creo que estén más. Hoy existe pero sin su alma, que era mi abuela. No volví, y no sé sí volvería. Es feo volver a casas desangeladas, como me pasa con la de mi madre, ahora.

Qué bueno que tus hijos hayan ido, aunque fuera alguna vez, y hayan rozado esos recuerdos que nos hicieron tan felices a todos.

Con respecto a los tiempos oscuros y extraños, me muevo en ellos casi a diario, de allí el nombre de mi blog, que intenta reflejar esa navegación por el cosmos que no es sin vértigo y algo de miedo.

Gracias por provocarme a plasmar estas cosas.

Anónimo dijo...

Mi viejo tampoco podía volver.

Uno se daba perfecta cuenta lo feliz había sido allí y cuanto le costó anímicamente el apartamiento. El precio anímico fue muy alto.

Dolorosa historia, qué sé yo ¿faltó un varón que pusiese un poco de cabeza (mi abuelo murió bastante jóven)? ¿demasiados errores? ¿Mala suerte con su flia. política porque hay que ver...?

No lo sé en verdad. Lo digo nomás en tu ámbito donde estoy cómodo.

El último año de vida de papá lo acompañé a un psiquiatra. Me hizo estar presente porque era de esas generaciones para los que ir a un locólogo no existía.

Lo ví llorar como un chico, te lo aseguro, al evocar esos años, esos lugares y personas. Y tenía 68 años! Algo importante se había quedado para siempre en SM.

Pero, cosa rara, ese mismo año volvió según el relato de TotoJ que te conté anteriormente.

Volvió, y murió.

Tal vez, haya yo heredado algo de su nostalgia.

Solitario

Cosima dijo...

Es impresionante cómo nos marcó la vida en ese clan inefable, luminoso, colorido, cálido. Todos recordamos esa época con un abanico increíble de sentimientos, de un extremo al otro pasando por todo lo que hay en el medio. Nos definió como personas. Marcó lo que seríamos, lo que lucharíamos por conservar y por huír de aquello que queríamos huír.

Yo lo viví con un sentido épico, como los judíos expulsados, como los dioses del olimpo arrojados y condenados. Fue un paso muy abrupto de un mundo ideal a otro gris, duro, difícil, doloroso.

Yo croe que las causas de la hecatombe fueron la cristalización de presupuestos culturales erróneos. Convengamos que allí nadie trabajaba, y que al menos en mi perspectiva, un poco valía todo. Y todo vuelve. Nada es gratis, nada pasa sin volver.

En estos momentos vivo como una doble pérdida, la pérdida de aquellos años dorados, y la pérdida de mi vida como la vivió desque aquella primera pérdida grande.

Me hizo gracia tu comentario sobre que faltara un 'varón que pusiese la cabeza'. He de decir en defensa del género que los varones que pusieron la cabeza lo hicieron tan mal como las mujeres que pusieron el corazón. (Quizá a ambos les faltó el equilibrio entre una y otro).

Cosima dijo...

donde dice vivió, quise decir viví.

Anónimo dijo...

Vuelvo de unos días de tremenda melancolía, creo muy G., al menos G. de los tiempos oscuros. Me cuesta trabajo escribir algo, pero me quedé pensando.

Me encantó eso de los judíos expulsados. Te entiendo pero demasiado bien.

Está muy bien lo de los presupuestos culturales falsos.
Papá lo decía así "Arturito, ahí hubo un problema de educación"

Lo que pasa es que detrás de la crítica a una gente que no supo declinar el verbo trabajar, no pocas veces vi una recomendación del éxito personal contra el mal de sangre.

"Mirá A., en Estados Unidos cada cual hace su fortuna con su propio esfuerzo, en cambio las leyes españoslas de la herencia han consagrado la vagancia.." Lo he escuchado Cósima, por gentes que están sentadasa actualmente en tierras de nuestros abuelos.

Y no concuerdo para nada con eso. Me parece un cínico disparate.

La salida es vertical, no horizontal.

Me preocupa mucho más aquello de que "valía un poco todo". Me parece está ahí el punto central.

Todo lo simpático que uno quiera (papá decía que era un horror, pero a la vez no podía dejar de reir para dentro) Horacio, sus patines y sus actores, son toda una parábola.

Creo en verdad que la historia familiar, en proyección simbólica, sirve como parábola de una parte de nuestra historia, o más bien, de la decadencia de la clase dirigente argentina. Pero es un tema que exigiría más líneas y más pérdida de tiempo de tu parte.

Lo cierto es que lo de los "presupuestos culturales falsos" da en el clavo, pero no me gusta oir la crítica del trabajo en boca de algunos filisteos que han sucedido a los simpáticos vagos de quienes descendemos. Y que al menos súpieron vivir sin joder demasiado a los otros (al menos hablo de mi abuelo).

Pero me gustaría recuerdes más cosas, de tu padre, de sus hermanos y primos. No sé si te interesa el tema o no. En tus manos está.

El Solitario