"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

miércoles, 4 de mayo de 2011

Todo culpa de la bergère

Esta mañana cuando me levanté salí a ver el termómetro, porque sé que los medios, con esa manía argentina de manipular la realidad, siempre agregan dos grados en el verano y sacan otros dos en el invierno a la temperatura verdadera. Al abrir la ventana empujé con el trasero una 'bergère' que ahora tengo en mi casa que era de mi madre, antes de mi abuela, y no se si de alguna otra generación. El ruido que las patas robustas hicieron al arrastrarse por el piso de madera me llevó inmediatamente desde ese estado de semi-vigilia a la casa de mi abuela paterna, Máma. Cuando yo tenía poco más de una década, iba los domingos a dormir a su casa. Cuando me acostaba, en un cuarto para mí sola, en un barrio más ruidoso que el mío - o al menos con ruidos distintos, como los autos bajando por la barranca, y la ausencia de pisos crujientes, me costaba mucho dormirme, así que no me gustaba tanto ir. Además en el desayuno, prolijamente preparado eso sí, había café instantáneo aunque hubiera manteca. Y a mi me gusta el café de filtro, bien fuerte, ya desde entonces. Pero lo que sí recordé esta mañana fría de otoño porteño, fueron los olores de esa casa. El olor a cera de los pisos. El olor a los buñuelos de seso y de consomé. El olor de los radiadores detrás de las protecciones de madera. El jabón de tocador de La Franco-Inglesa. El aroma embriagador de felicidad de 'L'Air Du Temps'.

Indisolublemente unidos al recuerdo de los olores está el grabado en mi cerebro la colección de pastilleros que posaban estoicos sobre la repisa a la entrada del living. Los había de cerámica y de metal con esmaltes de muchos colores. Muchos eran color turquesa, igual que los perros chinos que hoy me encantaría tener en mi propio living. Otros tenían florcitas rococó. Estaban los redondos, los ovalados, los cuadrados y los rectangulares (o con forma de prisma debería decir) Pero todos en la tapa tenían motivos diferentes. Unos eran tallados, otros repujados y otros pintados. ¡Y todos se podían tocar!

La colección de pastilleros podría ser una metáfora de abuela: extremadamente refinada, con ese refinamiento que se hacía más glorioso por su falta de pretensión, de pose. Y por su firme modestia.

2 comentarios:

Yo misma dijo...

¡Preciosos recuerdos y preciosa manera de narrarlos!

Caia dijo...

Hermoso, tierno, nostálgico. A mí también me encanta recordar, aunque a veces me traiga un poco de tristeza.