"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

viernes, 21 de septiembre de 2007

Los Niños de la Selva II

Como casi todos mis recuerdos de la infancia, este también se vincula al trabajo de mi padre.

Su trabajo lo llevó a pendular – con gran gozo de su parte- de la estepa a la montaña, y de las pampas a la selva. Y hasta allí nos arrastraba para nuestro enorme deleite.

A veces manejaba su Torino borgoña rumbo al norte durante casi dos días. Cantábamos, jugábamos y dormíamos mientras el paisaje iba volviéndose más y más verde. Otras veces nos apretaba en una avioneta Cessna que se movía en los cuatro sentidos, como un barrilete.

Al cabo de un vuelo a baja altura, desde donde se podía ver la tierra de bastante cerca, el piloto cuyo nombre me acordaba hasta no hace mucho, ‘tiraba’ la avioneta en un agujerito rojo abierto en un colchón vegetal casi infinito, y nos depositaba en este lugar mágico, de atmósfera totalmente diferente, llena de luz y de olores y colores nuevos. El piloto se despedía hasta la vuelta (cuando nos viniera a buscar, muchísimas semanas más tarde) y nos dejaba librados nuestra suerte. Verdaderamente, lejos de preocuparnos nuestra suerte, nos llenaba de alegría la perspectiva de infinitas potenciales aventuras.

Los nombres de los lugares también era nuevos y para nosotros tan evocadores como los de lugares en los cuentos de niños. Eran una colorida combinación de sustantivos y adjetivos y otros idiomas misteriosos de los que nunca habíamos oído hablar: Colonia Suiza, Puerto Rico, El Dorado, Itueta Mi-mo. La primera vez que fuimos a Puerto Rico, mi recuerdo mas claro era la hostería Suiza, surcada por infinidad de arroyos, puentecitos, cabañas y muchas pero muchas plantas y flores. Y esas flores blancas tan fragantes como jazmines pero mejor aún, a las que nos enseñaron a sacar el cáliz y chupabarles una savia fresca y dulce.

Después de una leve aclimatación, nos trasladamos a un campamento en la mera selva. Nuestro padre estaba abriendo un camino que luego sería la hoy muy famosa ruta 12. El campamento se componía de unas encantadoras casitas prefabricadas amarillas, a la vera de un camino de tierra, en el medio de la nada. Por nada se entiende la selva subtropical, suficientemente exótica para unos chicos de ciudad cuyo mayor lujo era veranear eternamente en las pampa húmeda y no por eso menos bárbara. O al menos eso nos parecía hasta entonces.

3 comentarios:

Tommy Barban dijo...

Tu padre parece el protagonista de una película de Herzog!

Anónimo dijo...

lo leo y no lo creo
me parece que ya entonces era invisible!
ja ja snif
mxm

Cosima dijo...

Lejos de ser invisible ya entonces era nuestro tesorito adorado!