Por quinta vez me paré frente a la reja de la esquina del barrio que sería perfecto si no tuviera ese ruidoso colegio, cruzando la calle. Pulsé el timbre dos veces, sabiendo aunque no tenía evidencias, que no funcionaba. También sabía que a la hora en que me esperaban, la figura del afable gigante habría salido a esperarme. Son de esas cosas que derivan de una buena educación a la antigua y cuyos códigos me sorprende conocer y más aún encuentro inefables.
Cada visita es como un viaje al pasado. Un viaje sin traslados de tiempo ni espacio. Es como un viaje inmóvil. No sé por qué no me horrorizan los empapelados ruines o las manchas de humedad. Será porque los olores, a los que soy tan sensible, son amables. Tampoco me afecta el amontonamiento caótico de los objetos ni la poca luz. Me inspira porque evoca lo magníficos que supieron ser esos ambientes tan cargados de historias.
La cercanía con Mmme. E. fluye con naturalidad. A veces creo estar hablando con una mezcla de mi madre o mis abuelas. Los dedos largos, las uñas pulidas y elegantes, los gestos de sorpresa, la manera de hacerse sombra con la mano cuando se encandila con los rayos de sol que entran por las ventanas amplias del escritorio, los gestos de resignación, fastidio, rabia, todos son elegantes y moderados. Jamás transmite sentimientos negativos intensos. Tienen una liviandad reconfortante. Como si nada de esas cosas tuviera demasiada importancia. Como si valiera la pena soslayar cosas banales. Justo el tipo de ejemplo de vida o consejo existencial que busco con denuedo.
Trabajamos poco, conversamos mucho, e inevitablemente lo hacemos alrededor del lapsang souchong con locatellis de pavita hechos ex profeso, minutos antes de nuestro rendez-vous y provistos por el afable gigante que la guarda.
Es difícil decodificar las historias ya que a veces se le escapan los conceptos. Siendo casi centenaria es el único efecto negativo, aunque no se entrega a sus limitaciones. Intenta encontrar la palabra que busca, siempre y con determinación. Quizá esa sea la fórmula. Tengo que desplegar todas mis antenas, mis sentidos y echar mano de todas aquellas cosas que estudié en el colegio, poco y mal.
Nunca es tarde.
Cada visita es como un viaje al pasado. Un viaje sin traslados de tiempo ni espacio. Es como un viaje inmóvil. No sé por qué no me horrorizan los empapelados ruines o las manchas de humedad. Será porque los olores, a los que soy tan sensible, son amables. Tampoco me afecta el amontonamiento caótico de los objetos ni la poca luz. Me inspira porque evoca lo magníficos que supieron ser esos ambientes tan cargados de historias.
La cercanía con Mmme. E. fluye con naturalidad. A veces creo estar hablando con una mezcla de mi madre o mis abuelas. Los dedos largos, las uñas pulidas y elegantes, los gestos de sorpresa, la manera de hacerse sombra con la mano cuando se encandila con los rayos de sol que entran por las ventanas amplias del escritorio, los gestos de resignación, fastidio, rabia, todos son elegantes y moderados. Jamás transmite sentimientos negativos intensos. Tienen una liviandad reconfortante. Como si nada de esas cosas tuviera demasiada importancia. Como si valiera la pena soslayar cosas banales. Justo el tipo de ejemplo de vida o consejo existencial que busco con denuedo.
Trabajamos poco, conversamos mucho, e inevitablemente lo hacemos alrededor del lapsang souchong con locatellis de pavita hechos ex profeso, minutos antes de nuestro rendez-vous y provistos por el afable gigante que la guarda.
Es difícil decodificar las historias ya que a veces se le escapan los conceptos. Siendo casi centenaria es el único efecto negativo, aunque no se entrega a sus limitaciones. Intenta encontrar la palabra que busca, siempre y con determinación. Quizá esa sea la fórmula. Tengo que desplegar todas mis antenas, mis sentidos y echar mano de todas aquellas cosas que estudié en el colegio, poco y mal.
Nunca es tarde.
2 comentarios:
Tener proyectos, hacer esfuerzos mentales, estar interesado en el mundo (y tan luego al final de una vida) no pueden ser frutos del azar. Revelan voluntad, lucidez. Y sobre todo profunda sabiduría. Ojalá pueda yo alcanzarla.
Salut, Cosima.
anch’io!!
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