Estoy pasando mi mejor momento.
Siempre quise decir esta frase. Pero nunca tenía la oportunidad. O cuando
tuve la oportunidad no me acordé decirla.
Veo todo diferente. Me siento diferente. Me faltan cosas que antes me
sobraban. Me sobran cosas que antes me faltaban. Me sobraba un trabajo nefasto.
Me sobraban actividades. Me sobraban obligaciones. Me faltaba aire. Me faltaba
diversión. Ahora me pregunto con extrañeza cómo era posible que me sintiera
infeliz.
Ayer estaba re lindo el día. No había ni una nube en el cielo. El color
era de aguamarina. El sol estaba tibio y por suerte no bruñía. La brisa era
fresca así que quizá venía del Norte. Ah, no cierto que cambié de hemisferio:
vendría del Sur.
Me fui a mi jardín. El pasto estaba cortado como una alfombra. Le falta un
pelín de agua. Es que el sol está más fuerte de lo que parece. Claro, el
agujero en la capa de ozono tiene la insolencia de estar sobre este hemisferio
aún cuando quienes lo generaron están mayormente en el otro. Traspasé la
entrada fluidamente, con esa facilidad de los hábitos viejos.
Me senté junto a A., la cara al sol y la camisa abierta. La luz ya es enceguecedora.
Todavía me asombra que los días no se están acortando y que las vidrieras tiene
ropa de primavera en vez de otoño.
De repente interrumpen la calma unas yeguas fabulosas, lustrosas,
atléticas, largas, aerodinámicas. En mi opinión el epítome de la belleza
animal. Pero luego vinieron las otras. Esas yeguas jóvenes, ansiosas de mezclar
sus genes con aquellos de los jinetes, ignorando que la competencia es feroz y
que sus chances son magras en extremo. Ommm.
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