"¿Cree usted que si lo pudiera decir con unas cuantas palabras, me tomaría el enorme y brutal trabajo de bailarlo?" (Isadora Duncan)

miércoles, 19 de febrero de 2014

Alfileres en la boca

Creo recordar que empecé a escribir a conciencia y a piacere cuando ya estaba bastante crecidita, hacia eso de los veintipocos. Trabajaba en Radiodifusora Mediterránea SRL, la concesionaria de una Radio en Córdoba, LV2, Radio General Paz -famosa por haber propagado la Revolución Libertadora-, durante la que fue, probablemente, la peor época de mi vida, aunque no por ello la más aburrida. Me sentía virtualmente desdichada y atrapada, y no sabía para donde rajar ni cómo. Quizá fue ahí cuando descubrí que podía viajar a mundos paralelos sin moverme de mi máquina de escribir IBM a bolita, ni intoxicarme, lo cual todavía entonces no había ensayado. Escribir era como modelar arcilla, aunque sin embarrarse las manos. Era comparable a echar un mazacote de caolín sobre la tabla de madera,  hacerlo ganar altura, apoyado en un fierro, golpearlo para que se compacte, pero también hasta que se pareciera a algo, y entrar en trance hasta que, casi como por ensalmo, apareciera una forma similar a algo y que resonara en lo más profundo del alma, como las emociones que no podía transmitir porque faltaban las palabras. Sólo que en este caso, precisa y finalmente podía encontrar después de un rato largo las palabras, a fuerza de imitar intuitivamente ese proceso creativo que me es familiar y placentero.
Más tarde recuerdo, enamorarme de las palabras escribiendo cartas a clientes del estudio de abogados para el que trabajé después. La competencia era grande. Todos escribían muy bien. Habían leído mucho. El standard era alto. Y también mi amor propio. La conjugación fue mágica. A veces la presión saca cosas buenas de las personas. Descubrí que me daba placer traducir textos, dar con la palabra justa, la más expresiva, la más apropiada, y porqué no, la más brillante, casi presuntuosa.

Pero por sobre todo, igual que me pasó con la producción artística, pude finalmente poner manos a la obra, cuando me di cuenta que había vivido. Bastante. Apenas me recibí de Bellas Artes y del traductorado, lo primero que pensé fue: Y yo de qué voy a hablar, qué voy a decir, qué voy a contar, si no he vivido nada. Ahora me pasa todo lo contario.

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