Anoche soñé con caballos. Más precisamente esta mañana. Con yeguas, en particular. No sé por qué, desde el punto de vista de la organización inconsciente o subconsciente. Pero los caballos, igual que las máquinas herramientas, ocupan un lugar privilegiado en el fondo más profundo de mi alma. La zona donde se alojan estas más o menos secretas aficiones se llama edipo. Mi padre era ingeniero civil y jugaba al polo. Seguramente representen el poder, la fortaleza, la eficiencia, y la belleza, todas cualidades que me gustan mucho. Las de las máquinas herramientas en los hombres y las de las yeguas en las mujeres. De hecho en mi tribu las mujeres recibíamos un trato y una apreciación muy parecida a las bellas equinas.
Me gustan las yeguas porque son lindas. Son lindas porque ... Ah, la salvedad es que estoy hablando de la raza polo pony, aunque incluya los thoroughbred. El pelo brilloso, cortito, pegado a la piel, suave, que deja transparentar los músculos y venas, los tendones y cavidades, me generan lo mismo que los brazos de hombre rubio o pelirrojo, curtidos por el sol. No abundo por una cuestión de dignidad apenas sostenida.
Me gustaría ser una yegua en alguna vida, si fuera posible. Me gusta correr furiosamente, a la par de otras a ver quién gana. Su brío y su carácter arisco me son rasgos familiares, más aún, interesantes y bellos. Revelan impulso, experiencia, ganas, entusiasmo, sensibilidad. Ser arisca es una virtud más que un defecto. Por qué, acaso las mujeres tenemos que soportar tantas cosas que no deberíamos? Es un recurso para defenderse.
Pero cuando las topadoras y las aplanadoras al borde de las rutas están en pleno funcionamiento, tengo que luchar para no chocar, porque difícilmente puedo seguir manejando sin poder despegar los ojos de estos cacharros tan entrañables para mi. Me gusta cómo cavan la tierra, como la amontonan, la esparcen y la aplanan. No me gusta verlas paradas sin hacer nada mientras decenas de operarios comen asado y ellas quedan olvidadas al rayo del sol.
Me gustan las yeguas porque son lindas. Son lindas porque ... Ah, la salvedad es que estoy hablando de la raza polo pony, aunque incluya los thoroughbred. El pelo brilloso, cortito, pegado a la piel, suave, que deja transparentar los músculos y venas, los tendones y cavidades, me generan lo mismo que los brazos de hombre rubio o pelirrojo, curtidos por el sol. No abundo por una cuestión de dignidad apenas sostenida.
Me gustaría ser una yegua en alguna vida, si fuera posible. Me gusta correr furiosamente, a la par de otras a ver quién gana. Su brío y su carácter arisco me son rasgos familiares, más aún, interesantes y bellos. Revelan impulso, experiencia, ganas, entusiasmo, sensibilidad. Ser arisca es una virtud más que un defecto. Por qué, acaso las mujeres tenemos que soportar tantas cosas que no deberíamos? Es un recurso para defenderse.
Pero cuando las topadoras y las aplanadoras al borde de las rutas están en pleno funcionamiento, tengo que luchar para no chocar, porque difícilmente puedo seguir manejando sin poder despegar los ojos de estos cacharros tan entrañables para mi. Me gusta cómo cavan la tierra, como la amontonan, la esparcen y la aplanan. No me gusta verlas paradas sin hacer nada mientras decenas de operarios comen asado y ellas quedan olvidadas al rayo del sol.
2 comentarios:
Cuentes lo que cuentes, del modo en que lo hacés el sostenimiento de la dignidad nunca correrá peligro. Qué bien escrito.
Saludos, Cosima.
Bien ahí, mrs Cosima! Solo me desconcertó la aparición de las máquinas al final. O será que no entendí?
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